Ni el mismísimo Darwin imaginó la evolución que tendrían los pulgares del homo sapiens. Somos sus súbditos. Zombis cibernéticos, hablamos a través de esos apéndices digitales.
Poco a poco la voz va pasando al cuarto de los cachivaches inútiles. El futuro que nos respira en la nuca hablará de la voz como ese jurásico instrumento que nos permitía comunicarnos.
Si en el principio estaba el verbo, a estas alturas la palabra la tienen los pulgares que manipulan aparatos electrónicos de todos los estratos. Empezando por los más inofensivos celulares, las llamadas proletarias “flechas”, como se les dice en Colombia.
Ya no miramos a la cara al interlocutor. Nos ahorramos las reacciones de su rostro donde es posible encontrar toneladas de datos para procesar.
Sospechamos al interlocutor en la pantalla de la tableta que nos hemos dado por cárcel. Nos perdemos su sonrisa, el asombro, la bondad, el llanto, la alegría.
Internet nos regala imágenes de reuniones en las que los asistentes navegan, navegan, navegan. El vecino de la derecha es un cero a la izquierda. En cambio el de la izquierda también.
Cruz de Boyacá para esos restaurantes que prohíben el ingreso de celulares. O los incautan.
Al otro lado del espejo, otros pulgares estresados nos responden con idéntica frialdad. Y la misma velocidad, el nuevo dios modelo 2015. Seguimos inclinando la cerviz ante la tecnología, las siete plagas de Egipto en una. ¿Qué chapulín colorado podrá defendernos?
En el pasado, los pulgares tuvieron otros protagonismos. En el circo romano el respetable público, convertido en juez, lo utilizaba para salvar o eliminar vidas.
Cuenta el eterno señor Montaigne que, según los médicos, “son los pulgares los dedos maestros de la mano y que su etimología latina viene de “pollere” (sobresalir sobre los demás)”.
Quienes querían escurrirle el bulto a la guerra se los hacían cercenar. Los eunucos del pulgar no tenían espacio en la confrontación.
En esta época todavía lo empleamos para significar que algo hicimos bien, que nos merecemos la cereza de un pulgar enhiesto.
Con los pulgares buscamos el correo que nos cambiará la vida. O nos traerá la iluminación para crear un invento raro, como volvernos invisibles, una ilusión que tengo desde niño con resultados francamente negativos ….
Envidio a los que solo revisan sus correos a ciertas horas. Esos bichos escasos, disciplinados, solemnes, felices, desestresados, se pueden contar con los dedos y sobran falanges para pelar una mandarina. O pasar las cuentas del rosario.
El pulgar era el dedo tal vez más vago del paisaje. Vivía en la mano en un relajado sabático. Yo lo utilizaba para darle espacios a mi máquina de escribir. Ahora al computador.
Ojalá, a manera de indemnización, el hombre del futuro venga con seis dedos en cada mano. Porque el pulgar modelo 2015 ya se dedicó a una faena infeliz: la de convertirnos en solitarios entre los siete mil millones y pico que contaminamos lo que queda del medio ambiente.
Fuente La Opinión.com
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