El país es la nación latinoamericana que ha tenido el mayor crecimiento de la región
Perú siempre ha sido un punto y aparte dentro de América Latina. Su composición étnica, su aura de gran civilización —la mayor del continente, que nunca se rindió ante los conquistadores— ser la puerta del Pacífico y su relación permanente con Asia le dan una relevancia que muy pocos países tienen en la región.
Y como también sucede con México, se va haciendo con la incorporación de las nuevas minorías o etnias a la conquista del poder. Los datos son claros: desde 2000, Perú es el país latinoamericano que más ha crecido. De Alberto Fujimori a Ollanta Humala, de Alejandro Toledo a Alan García, Perú crece. La Alianza para el Pacífico, es decir, lo que mejor domina Lima, se erige como una de las pocas iniciativas nuevas y alternativas que tiene la moderna Latinoamérica.
Por eso, la incógnita del país, cuyo nombre significativamente parece provenir de un caudillo llamado Birú (un cacique indígena rico en oro), no es su desarrollo económico, sino establecer su última identidad. La batalla en Perú igualó el grado de crueldad entre españoles e incas. La Plaza de Armas de Cuzco es la muestra de por qué el Imperio español llevó a cabo, con un costo tan alto en vidas humanas, tantas obras en tan poco tiempo.
Uno de los mayores problemas que tienen los peruanos es que, ni siquiera conociendo toda Lima, llegas jamás a abarcar Perú. Existe un Perú que está en Lima, en Miraflores, en Surco, en Barranco y en Callao. Existe un Perú que nunca se terminó de mezclar —del todo— con su población autóctona y los que creen que son Perú, es decir, los limeños.
No hay que olvidar que Perú es Machu Picchu. El lugar es en sí mismo una lección sobre la soberbia humana y la crueldad infinita de los conquistadores porque cuando uno piensa y reflexiona cómo pudieron llevar esas piedras desde la Plaza Mayor hasta arriba, puede ver también el sendero y las cañadas de sangre sobre las que se construyó todo aquello.
Pero además de una fuerte personalidad, están los dirigentes históricos peruanos como Alan García (caballo loco) quien en su primer mandato tenía que oír constantemente “se va a acabar, se va a acabar” para dar la vuelta a la frase y acabar haciendo la reconversión o Fernando Belaúnde Terry, uno de los pocos con bléiser, o los golpes de Estado que en Perú — no lo olvidemos— suelen ser obra de generales de izquierda como Juan Velasco Alvarado que hizo la primera revolución.
En el fondo, la historia de Perú está pendiente. Por eso, puede tener presidentes muy diferentes con la misma legitimidad, o tener la esperanza depositada en Nadine Heredia, la mujer de Humala, como el siguiente paso.
Luego está el Ejército peruano, uno de los más profesionales que existen. Es el mismo Ejército de Pantaleón y las visitadoras, el mismo que debe administrar varios continentes a la vez: el que da al Pacífico, al Amazonas. Desde el mandato de Velasco Alvarado, fue un Ejército consciente de su poder, pero que también supo que debía permitirle a los civiles que tuvieran su locura. Fujimori nunca se fue porque, en cierto sentido, con la suspensión de las instituciones, él fue el que unificó el Perú, aunque fuera sobre la base de crear otra dictadura perfecta. Aquel fue un tiempo que recuerda en el subconsciente una unidad para un pueblo que ahora emerge como el fantasma, una y otra vez, y que puede devolver a Fujimori, antes de su muerte física, a una especie de perpetuación histórica a través de su hija, Keiko.
Obsérvese que la batalla en Perú ya no será entre un indígena (Alejandro Toledo u Ollanta Humala), ya no será entre un joven caballo loco reconvertido en un buen político, llamado Alan García, sino que la batalla es, por lo menos hasta ahora, entre dos mujeres: una de ascendencia japonesa, otra peruana pura y finalmente, el técnico eficiente de siempre, el exministro de Economía Pedro Pablo Kuczynski.
Como pasa con tantos elementos de riqueza cultural, el mundo onírico de la creación, La ciudad y los perros o Conversación en la catedral siguen siendo un buen entreacto de la versión europea de Perú.
Pero, al mismo tiempo, no hay que olvidar que Ayacucho —origen de Sendero Luminoso— era el sitio donde la juventud limeña, que no podía entrar en la Universidad de Lima, acababa estudiando carreras técnicas y de eso a Sendero Luminoso sólo había un paso. Lo más sorprendente del terrorismo del camarada Abimael Guzmán no era su maoísmo, sino que en un salto histórico, desde América a la eternidad, es que toda su cultura y todas sus acciones las regía el calendario lunar incaico.
En este mundo sin referentes y sin historia, Perú puede seguir cualquier modelo: el chino, el de la integración de sus minorías indígenas, el triunfo de las mujeres o bien, seguir esperando un Víctor Raúl Haya de la Torre que lo haga como todo el mundo pensó que lo haría Alan García en su primer mandato o un tecnócrata, también de bléiser, como Pedro Pablo Kuczynski.
Fuente: El País