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sábado, 2 de abril de 2016

La corbata por fuera

Álvaro Vargas en su alocución mencionó a su madre, Patricia, y la sala entera se quedó en silencio. No se oía ni un tenedor. Fue un gesto para acaparar la atención y sembrar un poco de paz en una situación siempre imprevisible


Mario Vargas Llosa sopla las velas, el día de su cumpleaños. CARLOS ROSILLO
Definitivamente, me siento mejor desde que acudí a la cena de cumpleaños deMario Vargas Llosa. Mientras escuchaba su discurso me dejaba llevar por su fascinante idioma y su repaso a unos 80 años que han enhebrado a Latinoamérica con Europa, y confirmaba que Vargas Llosa es irrepetible y que por eso era irrepetible participar de esa celebración. Vargas Llosa recordó la importancia de Proust, Cervantes y Shakespeare para el goce de la literatura. Señaló como Castro y Chávez terminaron convirtiendo sus revoluciones en fracasos económicos y aniquilando libertades democráticas. Y reconoció con complicidad que la felicidad llega a sus 80 años con nombre y apellido: Isabel Preysler.
Derramé una lágrima, que Iñaki Gabilondo observó resbalar hasta la moqueta. Claro que lloraba por esa declaración de amor, ¿quién no lo haría, siendo latino? También lloré un poquito por mis padres que fueron jóvenes al mismo tiempo que Vargas Llosa y que lo han admirado y leído desde el principio. Ellos, más que nadie, entenderían el alcance de esas palabras y esa extraordinaria carrera: ser el intelectual que reúne a un continente y a un idioma en permanente ebullición. Manteniendo en paralelo la literatura con la política en esos países nuestros donde la democracia, la corrupción y la dictadura a veces parecen ingredientes de un mismo guiso. De un mismo sancocho.
Boris Izaguirre, en la fiesta del 80 cumpleaños de Mario Vargas Llosa.  Getty Images
Álvaro Vargas en su alocución mencionó a su madre, Patricia, y la sala entera se quedó en silencio. No se oía ni un tenedor. Fue un gesto del primogénito para acaparar la atención y sembrar un poco de paz en una situación siempre imprevisible. Álvaro también comparó a su padre con los Rolling Stones y fue muy celebrado, pero quien en realidad se parece a Mick Jagger es Preysler, por su poderío escénico, propio de un icono pop. Preysler tuvo gestos visibles e invisibles en la noche de su novio. Uno al aceptar la invitación de él a incorporarse a la foto junto a todos los escritores, como una más y la más distinta. Y otro, cuando nos tomó de la cintura a mi marido y a mí delante de un fotógrafo, apoyando sutilmente al matrimonio igualitario en una cena repleta de expresidentes conservadores y sus esposas.
No es una novedad que a las estrellas latinoamericanas de la literatura les gusta el poder o estar próximas a él. García Márquez y Octavio Paz también disfrutaron rodeados de presidentes. Preysler representa otro poder, propio del siglo XX: la celebridad. Quizás eso les atraiga pero esa noche, los dos parecían unos enamorados que han encontrado al fin su momento. Y eso también es poderoso.
Poco antes, durante el cocktail, coincidimos con el matrimonio Aznar-Botella. A él lo saludamos en plan marcial pero ella reaccionó como si estuviera delante del anticristo o de alguien de Podemos y tuve que sujetarla por un brazo para regalarle un beso. No fue fácil, intentó reprimirme, pero lo conseguí. En los cumpleaños, como en la cena de Navidad, amigos y no tan amigos tienen que darse un beso.
En los programas del corazón se confundieron con la etiqueta de la cena y mi marido y yo tuvimos una riña de última hora, propia de un matrimonio igualitario con prisa, por las corbatas. Me di cuenta en la fiesta de que existen dos tipos de matrimonios igualitarios: los que tienen problemas con la corbata y los que no, como los embajadores americanos, que estuvieron relajadísimos a pesar de un catarro en común. Por el contrario, mi marido y yo manteníamos la tensión porque ambos queríamos la misma corbata. ¡Quizás la felicidad a los 50 tenga nombre de diseñador de corbatas! Al llegar al Hotel Villamagna, mi marido me abandonó en el taxi al ver el ejército de periodistas en la rampa de acceso. Cuando bajé del coche y me planté delante del pelotón, Rubén ya estaba hablando de House of cards con el atractivo Andrés Herzog de UPyD. Mientras, yo posaba confiado en que mi pelo a lo Liberace y mis gafas de Cary Grant garantizarían un buen retrato. Me equivoqué, llevaba mi corbata oscura por fuera de la chaqueta del traje. Mis amigos, compasivos y falsos, dijeron que estaba creando una nueva moda. Yo lo veo casi como una causa de divorcio más comprensible que las razones de Javier Merino para dejar a nuestra querida Mar Flores.
Llevo toda la semana viéndome con esa corbata colgando y escuchando como en varios programas me califican o de escritor o de miembro del mundo del corazón. Y vuelvo a pensar en el discurso de Vargas Llosa para su cumpleaños. Un escritor nunca es solo un autor sino un hombre o una mujer vagando entre sus fantasmas buscando el nombre y apellido de su felicidad.
Fuente: El País

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