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lunes, 10 de noviembre de 2014

Sobre la corrupción en el Perú

TRIBUNA

Corrupción en Perú, ¿empresarios al rescate?


 10 NOV 2014 - 15:54 CET

En mi centro de estudios imparto el curso de Ética y Responsabilidad Social Empresarial. Los participantes ocupan cargos importantes en empresas peruanas y extranjeras, algunos incluso son dueños de sus propias empresas. Profesor y participantes discuten el pan de cada día: el avance a paso firme y en todos los niveles de la corrupción. Nuestra indignación no muta en desazón pero nadie disputa que lo repudiable parece ser ahora lo normal. No voy a aburrir al amable lector con los detalles burdos, pintorescos, también escalofriantes que a diario ventilan los medios. Mejor se lo resumo con lo que dicen las encuestas: más de la mitad de los peruanos expresan su conformidad con políticos y autoridades que “roban pero hacen obra.”
Tal dato delata todo un mundo, ¿no le parece? Un mundo, qué pena, que revela tolerancia inadmisible e indolencia ante lo que le cuesta al país la corrupción y el perjuicio que causa a los pobres. Si los peruanos piensan que el robo contribuye al bienestar de la población se equivocan: las teorías que legitiman la corrupción afirmando que es el aceite que engrasa el motor del crecimiento económico ya están, felizmente, desacreditadas. Pero este asunto de los costos económicos es tal vez el menos importante. Mucho más significativo es que hemos firmado, consciente o inconscientemente, un pacto diabólico que refrenda nuestra abdicación de la responsabilidad y moral ciudadana. Bienvenido al imperio de la mediocridad que aludió Aristóteles. O peor, al principio de la descomposición social como lo advirtió Rousseau.
¿Quiere más todavía? No obstante todo lo publicado por los medios, vive la sospecha que es mucho, mucho más grave lo que no sale a la luz. Siguiendo la advertencia de Rousseau, es pertinente preguntar por ejemplo por qué pocos se atreven a discutir abiertamente la muy posible creciente infiltración del narcotráfico en algunas agencias del Estado – (¿aló México?). ¿Será porque es doloroso comprobar que el riesgo de detección de la felonía es bajo y el riesgo de su fuerte castigo más bajo aún? El trasfondo del problema es por supuesto la endémica debilidad institucional del país. La solución pasa entonces por el fortalecimiento de las instituciones tutelares del Estado, por la aplicación de sanciones fuertes e inobjetables a fin de desterrar toda semblanza de impunidad, pero su viabilidad inmediata debe cuestionarse en un medio donde su clase política no tiene vocación de servicio y las acciones ejemplares sorprenden por lo raras que son. Se lo digo de esta manera: el mundo entero está en deuda con el Perú por haber investigado y procesado, de modo admirable, a un expresidente y su gavilla, pero más también, qué desgracia, porque mostramos que lo que hicimos o no hicimos después fue, de cierto modo, peor. Me refiero a que los dos gobiernos que sucedieron a la dictadura de Alberto Fujimori se desentendieron de los cuadros institucionales que hicieron posible el combate a la corrupción, les apagaron la luz, los sepultaron en vida. ¿Sorprende entonces que sus dos presidentes, supuestos paladines de la democracia, han sido investigados por presunto cohecho? Que saque el lector sus propias conclusiones.
El tiempo dirá si la disposición de la cúpula empresarial para abordar el flagelo de la corrupción tendrá resultados positivos y concretos
Con todo, quiero brindarle buenas noticias, y las que encuentro hoy provienen de los empresarios. Durante su próxima conferencia anual, los gremios empresariales más importantes del país han decidido incorporar en el temario la discusión sobre la corrupción. Si esta decisión la explica meramente el interés propio, vale decir, si se deriva del darse cuenta, por fin, que la corrupción aumenta los costos de hacer negocios y amenaza al clima de inversión, no importa. Lo que realmente importa es que el asunto, a mi juicio, constituye un hecho inédito que podría, ojalá, marcar un “ahora” muy distinto, claramente desmarcado y distante de ese “antes” que nunca fue edificante. Nunca lo fue porque, fíjese bien, históricamente el fortalecimiento de las instituciones públicas siempre le fue ajeno al gran empresario peruano. Por lo contrario, hasta se podría argüir que su debilidad le convino, que se aprovechó de ella para procurarse de enormes rentas mal habidas que repartieron con los gobernantes de turno. Importa entonces, y mucho, que asome un empresario peruano inteligente que hoy reconoce, al menos implícitamente, que es imperativo emprender las reformas institucionales necesarias para combatir la corrupción. ¿Ejerce ya este empresario visionario influencia decisiva sobre sus pares?
El tiempo dirá si la disposición de la cúpula empresarial para abordar el flagelo de la corrupción tendrá resultados positivos y concretos, en vez de meras declaraciones. Los participantes de mi curso algún día formarán parte de la cúpula pero hoy ya saben, y muy bien, que una buena economía no puede convivir con una débil institucionalidad. Intuyen, si acaso no sienten, que la corrupción expresada en todas sus modalidades, incluido el plato del día —la captura oculta de las agencias del Estado por partes interesadas— es el tumor carcinógeno que correo el tejido social del país. Sin embargo, guardan cautela frente al impacto extraordinariamente positivo que podría tener la conferencia de sus gremios, se resisten a dejarse llevar por el optimismo, aflora el recelo con más naturalidad. No puede ser de otra manera: una larga historia de líderes de todo ámbito proclives a la falsa promesa, mezquindad, codicia y deshonestidad, nos han hecho un país de gentes desconfiadas. No me cabe sino recordarles que de ellos y todos nosotros depende que se empiece a escribir una historia diferente.
Jorge L. Daly ejerce cátedra en la Universidad Centrum – Católica de Lima.
Fuente: Artículo publicado en el diario español El País

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