20 DE MARZO DE 2016
Un juez que suspende las funciones de un ministro en el gabinete del Poder Ejecutivo suena extraño a nuestra costumbre paraguaya con respecto a la separación de los poderes del Estado.
Más que extraño, me atrevería a pronosticar que lo sucedido en Brasil, respecto a la decisión de la presidenta Dilma Rousseff de nombrar al expresidente Lula como su principal ministro, no podría aún ocurrir en Paraguay.
El juez argumentó que el nombramiento de la presidenta Rousseff estaba encaminado a obstruir una investigación judicial en curso. A consecuencia de este insólito fallo, Lula solo pudo ejercer por 40 minutos su frustrado cargo, inventado para blindarlo de una inminente sentencia judicial desfavorable que podría significar su prisión.
El acto de asunción al cargo de Lula fue más largo que su ejercicio en el cargo: menos de 40 minutos, y tal como lo vaticinó el líder del PT, su defensa frente a las investigaciones judiciales sobre hechos escandalosos de corrupción pasó a desarrollarse en las calles. En Paraguay, es el juez que dio la orden quien hubiera durado 40 minutos o menos en el cargo.
Miles de personas se lanzaron efectivamente a calles y avenidas para demostrar su apoyo a la justicia, pero también para demostrar su disgusto por lo que está sucediendo con Lula, a quien el líder de la izquierda paraguaya Fernando Lugo fue a visitar luego de su aprehensión.
Sin embargo, la cantidad de manifestantes indignados por la escandalosa corrupción durante los gobiernos del PT es infinitamente superior a los oficialistas, los cuales superan a los otros solamente en agresividad.
Lo que está sucediendo en Brasil es la fase terminal de una enfermedad llamada populismo, cuyo apogeo produce normalmente borrachera popular de alegría y sensación de poder mientras existan recursos para distribuir. Lula fue un eficiente distribuidor de estos recursos durante los dos períodos de gobierno que le cupo liderar, mediante lo cual el expresidente brasileño logró notoriedad mundial.
Cuando se agotan los recursos, las borracheras populistas terminan entregando generalmente los países convertidos en un caos, pero la novedad de este siglo es que los responsables de lo sucedido ya no se retiran tan tranquilamente a sus casas a disfrutar del fallido experimento. Ahora entran a tallar factores combinados, como la ciudadanía, la prensa independiente y la justicia para establecer culpabilidades.
En el caso de Argentina, la borrachera terminó y quienes recibieron la administración del país como herencia están tan ocupados en remendarlo que casi no les sobra tiempo para ir por los culpables, sobre cuyas desastrozas gestiones existen una larga bibliografía y abultadas carpetas de pruebas fiscales, además de varios elementos de investigaciones periodísticas que revelan la perversidad política y económica que desarrollaron.
Pero en otros casos, como en Venezuela y Brasil, la ciudadanía ya no está dispuesta a tolerar que los populistas lleguen a cumplir sus mandatos por los graves hechos de corrupción y de transgresión constitucional en materia de derechos cívicos y políticos desde el poder, porque esas cosas afectan su modo de vida.
En Paraguay estamos aún en la inamovilidad de una sociedad permisiva y en la siesta de un Poder Judicial todavía dependiente del poder político dominante.
Pero no se engañe la gente del poder político y sobre todo quienes están salpicados de corrupción y mentira al electorado, porque si bien el inmovilismo paraliza, esta enfermedad es curable y generalmente el enfermo se cura por contagio de lo que sucede en otra parte, pero generalmente cerca.
ebritez@abc.com.py
Fuente: abc de Paraguay
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